Wednesday, March 9, 2011

El primer año de gobierno: ¿Repercusiones colaterales?

El día 17 de enero de 2010, como la mayoría de los electores, opté por sufragar a favor de una opción presidencial para nuestro país que significaba cierta interrogante acerca de su desempeño político. Como candidato independiente a Diputado no fueron pocas las veces que se me preguntó acerca de mi preferencia, la cual, a diferencia del común de los políticos que suelen declarar lo que creen conveniente en el momento, no tuve reparos en decir que optaba por el hoy Presidente Piñera, ya que consideraba que las demás opciones eran perjudiciales para el país, no sin aclarar que el hecho no era de todo mi agrado, causándome cierta incomodidad tener que sufragar a su favor. Como analgésico a dicho malestar sirvió ver los rostros de incredulidad de los dirigentes de una desgastada Concertación que prepotentemente pensaban jamás perder elección alguna –admito que especialmente gratificante fue observar la mohína mirada de Camilo Escalona tras la derrota-, pero pasada la sobredosis de regocijo, quedaba por ver cómo sería el desempeño del nuevo gobierno de la entonces Coalición por el Cambio.

Tras un año de gobierno, esa coalición finalmente fue sólo un conglomerado electoral y no de gobierno, ya que lo que conocimos como Coalición por el Cambio estuvo lejos de ser un proyecto sino tan solo una herramienta electoral que permitió a una persona llegar a la Presidencia de la República, no sin la ayuda de la precariedad de sus contendores y del hastío de una población saturada de la corrupción y de la displicencia gobernante. Lo cierto es que “el fin de la Concertación”, ya que de ella solo queda el nombre, dio paso a un gobierno que supuestamente es de derecha, aunque ha hecho buenos intentos para no ser clasificado bajo esa tradicional forma, pretendiendo reinventar su definición y realizando acciones propias de un gobierno continuador del legado concertacionista. Si no fuese por el necesario y beneficioso aireamiento de las burocracias fiscales a lo largo de todo el aparataje estatal, diría que la alternancia en el poder fue en vano.

Tras doce meses de mandato el poder ejecutivo se ha centralizado en la persona – o personaje- del Presidente Piñera, quien por los motivos que sean, gusta de captar y acaparar gran parte de la atención exponiéndose - y exponiéndonos- a una permanente sobre exposición de su carismática personalidad. Sin embargo, más allá de la sed de figuración que el mandatario pudiese tener, la cual abunda en nuestra política, la evaluación que pudiese realizarse tras un año de gobierno de las principales directrices de su administración, arroja como resultado que ésta se asemeja con creces a lo que se encontraba realizando la Concertación, e incluso con mayores rasgos populistas y demagógicos. El populismo y la demagogia no tienen color político y suele amenazar con mayor fuerza y de manera latente a las sociedades que altaneramente se creen inmunes a estos males.

La tendencia personalista del actual gobierno, condición que no solo se ve reflejada en el Presidente sino también en su directo subalterno, tiene como contrapartida la carencia de un proyecto sólido de gobierno que sea capaz de proyectar al país en el largo plazo e incentivando los cambios apropiados que destraben, y no acrecienten, los nudos burocráticos construidos por una Concertación que idealizó, y sigue haciéndolo, un Estado omnipresente y omnipotente. El personalismo del gobierno lo hace vulnerable a la democracia demoscópica, a la democracia de las encuestas, ejerciendo su labor en base a los gustos y las tendencias del momento, a la medición de las preferencias de la masa en un periodo determinado, sin importar si estas son o no las adecuadas o correctas para el país como un todo y en el largo plazo. Es por medio del consentimiento que se pretende agradar a la masa electoral, ejercer política según las “preferencias de la gente”, de acuerdo a lo que “quiere la mayoría”. Con ello, el gobernante se transforma en un mero seguidor de encuestas, dejando de lado toda pretensión estadista. Las políticas públicas pierden su hilo en el tiempo, y la improvisación - incluyendo en ella los repentinos llamados telefónicos- se transforma en una constante, erosionando con ello una ya precaria institucionalidad. Así, no debe extrañar que la agenda del gobierno quede sujeta a lo accidental, a lo fortuito, a lo imponderado, ya que su naturaleza es precisamente reaccionar a lo que la “gente” vive en el momento, reflejado ello a través de los medios de comunicación.

Piñera llegó al gobierno gracias a los votos de quienes siempre apoyaron a la derecha, sumado a un pequeño porcentaje que solía votar Concertación y decidió no hacerlo. Dentro de los electores que tradicionalmente votaron por la derecha, existe un grupo, tal vez minoritario, que en el distrito 23 llego a un 10%, y que tal vez a nivel nacional lo sea en un 5%, que siente distancia y preocupación por la actitud y medidas tomadas por un gobierno por el cual votó. Un grupo de electores que no se siente interpretado por el Presidente, ni plenamente por el gobierno, y cada día se encuentra más alejado de los partidos que lo conforman. Son personas que piensan que los políticos deben defender sus ideas, convicciones y valores, a pesar de que sean contrarias a la opinión mayoritaria de la encuesta de turno. Son individuos que ven al país para sus hijos y no para sí mismos, que quieren a Chile y desean lo mejor para su nación, que no temen defender sus propias banderas y no enarbolar las del adversario para conseguir el poder. Son personas que conocen la historia y no dudan en exponerla. Es un grupo que hoy puede ser menospreciado, pero que jamás caerá en la actitud de buscar sólo la conveniencia. Son personas que valoran la política como herramienta constructora de un país y no como un utensilio a ser manipulado por determinados sectores económicos y políticos.

Para las próximas elecciones ese grupo de electores no tendrá como argumento sacar a la Concertación del poder, por lo que de continuar el personalismo, el populismo, y continúe la implementación de políticas públicas que lamen la demagogia, no me cabe duda que surgirá algún movimiento capaz de aglutinar esas personas. De suceder aquella formación y lograr su legitimización ante el Servicio Electoral, por pequeña que sea dicha agrupación, su apoyo ya no se conseguirá sólo con palabrería sino con acuerdos formales que permitan a esa minoría tener una verdadera voz.

Lo anterior puede que no sea solo una elucubración, ya que la formación del Partido de la Libertad (PDL) es un hecho en curso. Ajeno a los actuales grupos de poder, el PDL será una alternativa real para muchos electores cuyo sufragio ha obedecido a querer evitar algo en vez de proponer algo. Cuyos votos han sido considerados como seguros por parte de los partidos de derecha al no haber alternativa alguna. Por ello, la fundación del PDL no sólo permitirá la representación política de un grupo de personas que hoy no tenemos voz, sino también permitirá destrabar el desarrollo de un sistema político cautivo por los dos bloques que han dominado nuestra política en los últimos 20 años, siendo esta eventual nueva fuerza electoral una repercusión colateral del que ya conocemos como gobierno de Sebastián Piñera.

Saturday, January 8, 2011

Prohibido Pinochet

(Columna publicada por el portral electrónico Cambio21 el enero de 2011).
Prohibido Pinochet
Junto a un pequeño grupo de personas, de las cuales muchas serán amistades, caminaremos desde la estación de Metro Moneda hasta ubicarnos cerca de la puerta norte de nuestro Palacio de Gobierno, y sin despertar sospechas, y en el más absoluto silencio, desplegaremos un lienzo, el cual con seguridad será bastante rústico, en cuya tela negra se pueda leer claramente, en letras blancas, desde lo más alto de los edificios que nos rodean, la frase: “Gracias Pinochet”. Tal vez algunos de nosotros, quienes no estemos sosteniendo el lienzo, portaremos algunas vetustas fotografías cuyo impresión date de fines de los años ochenta con la imagen de quien el lienzo agradece. No gritaremos, no interrumpiremos el tránsito, tampoco lanzaremos piedras, ni bombas molotov, ni siquiera consignas o proclamas. Procuraremos mirar al cielo para así no provocar a ningún transeúnte, y lo haremos un día domingo, muy temprano por la mañana, para no molestar la vida laboral de ningún santiaguino. Aun cuando el Presidente, vertiginoso y omnipresente, pueda estar mirando con curiosidad desde su despacho el accionar de aquel reducido grupo de chilenos que expresan su agradecimiento a aquel mismo hombre que, durante su arresto en Londres, logró convocar a miles de personas en el año 1998 en una manifestación pública en avenida Manquehue y en la cual el hoy Presidente fue uno de los oradores. “El Senador Pinochet y su familia están viviendo tiempos difíciles en Londres en estos momentos, y por eso merecen toda nuestra solidaridad”, fueron sus palabras en aquel entonces. ¿Bajaría el Presidente a sumarse a nuestro pequeño grupo de manifestantes? Por supuesto que él no infringiría esa ley.

Por ello: ¿Cuánto tiempo podremos realizar de forma libre aquella manifestación de expresión antes de que los carabineros de la Guardia de Palacio procedan a cumplir con su deber de arrestarnos? ¿Cuál será la fuerza de coerción que utilizará la policía si optamos por seguir nuestra manifestación y quedarnos parados, inmóviles, pero con el lienzo extendido? ¿Cuál será nuestro castigo?

Estas interrogantes pareciera que pronto tendrán respuesta si nuestro parlamento aprueba la iniciativa de algunos de nuestros iluminados diputados de izquierda que pretenden por ley prohibir toda imagen y manifestación que honre la figura de Pinochet y cualquiera de los miembros de la ex Junta de Gobierno. Y al estar prohibido por ley, su incumplimiento es un delito, y por ende, requiere de un castigo.

Recientemente los medios de comunicación publicaron vehementes declaraciones de los diputados antes mencionados, condenando que en el interior de las oficinas de una conocida empresa, recinto privado por cierto, existía una pequeña placa recordatoria donde bajo la imagen del General Augusto Pinochet Ugarte se leía: “Patriota, soldado y estadista visionario”. Por supuesto que la presión ejercida fue tan efectiva como la ley que pretenden imponer y la empresa terminó por retirar la placa en cuestión. Pero lo que surge después de este episodio y de la ficción –por ahora- que relaté en un comienzo, es si este tipo de acciones son propias de un país que se dice pretende ser pluralista y donde exista la libertad de expresión.

No es difícil encontrar entre la verborrea parlamentaria quienes utilicen el concepto de pluralismo como parte de su retórica mediática. Lo que parecen olvidar es que aquel concepto conlleva implícitamente otro, de tanto o mayor valor, como lo es la tolerancia. Por ello, quien se dice pluralista y pretende practicarlo debe por ello tolerar la existencia de ideas y visiones distintas a las propias. Intolerable es, y debe ser, el accionar de personas o grupos que atenten contra la sociedad, la propiedad y pretendan causar terror por medio de actos vandálicos. Intolerable es la violencia como medio de obtención del poder, que dicho sea de paso, muchos de esos personeros de izquierda legitimaron años atrás. Pero tener una visión positiva respecto de la obra del Gobierno Militar -aun cuando seamos un grupo minoritario de chilenos- y expresarla de forma pacífica, no puede ser prohibido en una sociedad que se dice libre y democrática. Qué propósito se persigue si no es el de arrancar de las páginas de la historia los innumerables logros que consiguió un gobierno que para algunos, por pocos que seamos, reconstruyó el país y evitó la imposición de un sistema totalitario comunista.

La verdad, por dolorosa que pueda resultar para ese pequeño grupo de personas que públicamente aún nos atrevemos a decir nuestra visión de Pinochet y de su gobierno, es que perfectamente es factible que en el Chile de hoy la izquierda logre imponer su visión de la “Dictadura” respaldándola con una ley que sancione lo contrario. Este logro no sólo obedece a sus méritos propios, sino también a que un sector ha preferido renegar de su pasado, traicionar sus ideas y pretender ejercer política en base a la conveniencia dictada por las encuestas del momento impregnándose de un hedor populista que espero no sea duradero.

Tal vez para muchos chilenos, una mayoría quizás, este es un tema que no les despierta mayor interés ni les preocupa, y menos les afecta la cotidianidad de sus vidas. Sin embargo, en el momento que la ley en cuestión se llegase a aprobar, se estará inseminando un componente de intolerancia que fácilmente será extensiva a muchos otros temas. Defender la familia tradicional, oponerse a la unión homosexual, manifestarse contra el aborto o la eutanasia, e incluso manifestar la Fe Católica – como poner imágenes de vírgenes- serán en un futuro próximo los temas que los hipócritamente pluralistas condenarán y reclamarán por leyes que sancionen toda manifestación contraria a sus propias visiones, a sus propias formas de ver la vida, de hombre, de sociedad. Quien no comulgue con la visión socialista, hoy llamada progresista, de la sociedad, será legítimamente castigado y condenado, la Ley así lo estipulará. Nuestra libertad de expresión dejará de existir, nuestra democracia temblará y la crisis asechará.